Se acerca el día de marchar hacia el
sur , cruzar el gran charco Atlántico en busca de la cumbre del Monte
Aconcagua, el gran coloso de América, y faltando tan poco tiempo surgen muchos
pensamientos y conversaciones en las que
inexorablemente termino preguntándome el por qué, de esta búsqueda…
La cumbre es un punto en el plano del
infinito inmenso… allí, buscamos y nos
fijamos en la mente ese pequeño punto y le damos un nombre , “la cumbre”, el
punto máximo de posicionamiento geográfico al cual pretendemos llegar en un
momento determinado, pero, en el mapa sigue siendo tan solo un punto y un
nombre … el fracaso o el éxito a nuestro regreso tendrá ese nombre ,” la
cumbre”, ahora… la importancia que podamos otorgarle a ese éxito o a ese fracaso estará supeditado a nuestros propios
valores y a la forma en que miramos la vida y nuestros actos como montañistas y
como seres humanos .
Personalmente siempre necesito plantearme nuevas cumbres, o sea un continuo
devenir entre el éxito y el fracaso… y ojo, no solo en la montaña…
Todos en algún momento del día, la
semana, el mes o el año…tenemos nuestro propio Everest que subir, es más, me
atrevería a decir que todos de alguna forma nos forjamos a cada rato una cima
que subir…
Todos buscamos nuestro propio Everest,
nuestro propio Elbrus, nuestro propio Teide o nuestro propio sagrado Olimpo, monte
hogar de los dioses primigenios.
Cada persona y muy bien lo sabemos los montañistas, buscamos nuestra
propia Cuspide, cada cual en su justa medida.
Quizá también de ahí provenga un poco
lo que denominamos “éxito o fracaso”…”la justa medida”.
Recuerdo
alguna vez… haber intentado una cumbre cerca de diez veces y ser
rechazado por la montaña otras tantas…rechazado de todas las formas posibles, (viento,
tormenta, visibilidad cero, avalanchas, etc., etc.) buscar y buscar… buscar con
ansia desmedida…en Primavera, en Otoño,
Verano e Invierno… buscar la tan
codiciada cima y diez veces escapárseme de las manos a tan solo 60 metros…30
metros, 80 metros…que mas da cuantos metros...Pocos, muy pocos.
La famosa “justa medida”… no es nada
más y nada menos que saber cuando estoy preparado…y quizá con ese dejo de
arrogancia del que somos tan capaces los humanos no me permitía ver a mi
mismo que aun no lo estaba…
Tardé un largo rato en recorrer el
sendero de regreso para entender que esa
cumbre aun no era mía, o más bien que yo no le pertenecía a ella, un largo rato
de unos dos o tres años si mal no recuerdo…pero, fue entonces cuando me di
cuenta que uno debe buscar y fijarse los objetivos en su “justa medida”,
acometí con éxito varias cumbres menores y gane experiencia…estaba plantando justo
sobre el espacio de la “justa medida”, y estaba disfrutándolo… me sentía feliz,
que fácil era, tiempo después logré esa tan ansiada cumbre en “su justo
tiempo”, la cumbre estaba alcanzada por que era el momento de alcanzarla…
Y una vez abajo con el Éxito a
cuestas, porque es así, te traes el éxito de haber alcanzado tu cumbre pero
muchas veces no sabes qué hacer con él, y ahí justo ahí, aparece la ineludible
pregunta que te haces frente a tu propia sombra, ¿por qué subo montañas?
Esta pregunta es la típica pregunta
que te hace la gente cuando se entera que eres montañista…
Siempre hay dos preguntas clásicas que
me hace la gente cuando hablo de montaña, la primera es ¿Por qué subes
montañas?...y la segunda es ¿Cómo haces caca?...a la cual siempre respondo con
una leve sonrisa… como todos, por atrás…no deja de ser una buena pregunta y les
prometo que en un futuro no muy lejano escribiré sobre eso…
Pero volviendo a la Pregunta
eternamente manoseada, pregunta que a mi ver no tiene aun una respuesta
satisfactoria para la generalidad de las personas…y creo que no la tendrá
nunca… quizá podríamos atisbar a dar una respuesta que brevemente se podría a “acercar”
pero siempre quedara un espacio por llenar.
Y ahí radica la verdadera belleza de
la pregunta… en que no podemos darle una única y exclusiva respuesta que
satisfaga a todos los que preguntan y menos aún que satisfaga a quienes la
responden…
Lionel Terray dijo una
vez, “la
montaña quizá no sea más que un ingrato desierto de roca y hielo, sin otro
valor que el que nosotros queramos otorgarle. Pero, sobre esta materia siempre
virgen, por la fuerza creadora del espíritu cada uno puede a su gusto moldear
la imagen del ideal que persigue“.
Y ciertamente resultará muy difícil
explicarle a quienes no conocen de este etéreo mundo vertical que es lo que
sentimos en la profundidad de nuestro ser cuando estamos allí arriba, que
extraño poder impulsa nuestro cuerpo y nuestra mente hacia aquellas penurias
del peregrinar ,a pasar dificultades que a veces nos ponen al límite o más allá
de lo que creemos somos capaces de soportar, ¿por qué somos capaces de
someternos a ese estado de trance hipnótico? de fijarnos en aquel punto en el
espacio geográfico y buscar la cumbre… ¿por qué ascendemos?
¿Por qué nos arriesgamos dejando la
calidez de nuestras cómodas vidas terrestres?, nuestro sillón favorito, nuestra
fácil existencia en un mundo rodeado de las tecnologías más sutiles, que nos
permiten ir más lejos que nunca de nuestro origen animalesco, ¿Por qué buscamos
la cumbre?
¿Tal vez es el extraño poder magnético
que encierra la forma piramidal de las moles de piedra?, yo especialmente,
recuerdo haberme sentido recargado al regresar de las montañas, en mas de
alguna ocasión por no decir en todas, como si fuesen un enorme cargador… una
pila de energía disponible para quienes logramos hollar la cúspide en algún
momento, un sublime lugar de entregar y recibir, una catarsis.
Por ningún motivo se piensen que
estamos locos, no es ese el motivo por el cual nos jugamos el pellejo allí
arriba, todo lo contrario cuando casi
tocamos el cielo , nos sentimos ¡¡más vivos que nunca!!